Monday, August 02, 2004

1) El asesinato que conmovió Barcelona

El 28 de abril de 1936 unos pistoleros abatían a tiros a los hermanos Badia a plena luz en la calle Muntaner.

Un interrogante de la historia de Catalunya

Uno de los interrogantes de la historia de Catalunya es el asesinato de los hermanos Badia, militantes ambos de Estat Català, el partido de Francesc Macià. Miquel Badia, que había sido jefe de la policía de la Generalitat republicana, y Josep, un activo separatista que casualmente acompañaba a su hermano, fueron tiroteados por unos pistoleros de la FAI el 28 de abril de 1936, ochenta días antes del estallido de la guerra. El asesinato conmovió a la sociedad catalana, pero se perdió en el limbo de la historia, entre otras razones, por la inmediata rebelión franquista y la Guerra Civil. Pero también porque en algunos sectores de aquella Catalunya interesó el olvido. El presidente Josep Tarradellas acostumbraba a decir que en aquel asesinato “hi havia molta boira”.

Lo cierto es que muy poco se ha investigado sobre aquellos hechos. Aparecen por supuesto reseñados en diversas historias y monografías, siempre de forma lateral, si exceptuamos la publicada por Jaume Ros i Serra, un activo ex militante de Estat Català. Su Miquel Badia, un defensor oblidat de Catalunya (Editorial Mediterrània, 1996) apenas tuvo difusión a pesar de aportar datos de interés. Josep Benet publica a principios del próximo septiembre una interesante monografía, Domènec Latorre, afusellat per catalanista (Edicions 62), en la que aparece una interesante documentación sobre el caso de los Badia.

Aquel doble asesinato fue el desencadenante de una serie de acontecimientos, algunos de ellos muy sorprendentes, cuya narración se aproxima mucho a una historia de ficción o de novela negra. Sin embargo, cuanto se narra en los ocho capítulos de “La maldición de los hermanos Badia” está documentado, aunque la historia nunca se puede dar por definitiva. Ningunos de los datos –por tangenciales que sean– ha sido inventado para facilitar la narración periodística. El conocimiento de lo que sucedió con los Badia y la serie de acontecimientos que provocó su asesinato permite la aproximación a una Barcelona de mediados de los años treinta y principios de los cuarenta que muy poco tiene que ver con el supuesto “oasis catalán” de la actualidad. Pero, sobre todo, lo más importante es que permite reflexionar sobre las terribles consecuencias de la violencia política.



Eran las tres y veinte de la tarde del 28 de abril de 1936 cuando los hermanos Badia, Miquel y Josep, salieron de su casa de la calle Muntaner, 52, en dirección hacia el centro de la ciudad. Un hombre que estaba estacionado frente a la vivienda del que había sido jefe de Policía de la Generalitat, en la acera de numeración impar, dobló el periódico que simulaba estar leyendo y se puso en movimiento en paralelo a los dos hermanos. Un Ford de color rojo oscuro, matrícula B-39763, inició una lenta marcha, en la misma dirección.

En la esquina de Consell de Cent, el dueño del bar Bremen, que declararía horas después a la policía que conocía a los dos hermanos de verles casi a diario, se percató de que algo raro ocurría. Le llamó la atención aquel tipo que simulaba estar leyendo el periódico y que, con un gesto nervioso, se había puesto a caminar calle abajo. También se fijó en el coche oscuro que descendía por la calle Muntaner a marcha lenta. Unos instantes después oyó cinco disparos. Cuando se asomó, vio a los dos hermanos abatidos en el suelo, frente al número 38, donde había una tienda de bicicletas.

Otros testigos presenciales de los hechos contaron que dos de los asesinos fueron por detrás de las víctimas, hasta alcanzarles. En ese momento, uno de ellos gritó “Badia!” y efectuó tres disparos, siendo secundado por su acompañante sobre el otro hermano. Todos coincidieron en que, tras los disparos, los tres individuos saltaron al interior del Ford que huyó por la calle Diputació en dirección a la plaza Espanya.

Miquel Badia, de 29 años, tenía tres heridas mortales, en la cabeza, en el hígado y en el pecho. Su hermano Josep, de 32, fue herido en la cabeza. Ninguno de los dos tuvo tiempo de escapar a la agresión ni de hacerle frente. Ni hubiesen podido, porque la Generalitat les había denegado el permiso de armas. Los pistoleros, por su parte, conocían su oficio. Bien trajeados, sin llamar la atención, cumplieron su objetivo y, tras amenazar a los sorprendidos testigos, desaparecieron. Los cuerpos de los hermanos Badia fueron trasladados de inmediato al dispensario de Sepúlveda, apenas a 200 metros del atentado. Miquel llegó muerto y Josep expiró en la mesa de operaciones.

Inmediatamente corrió la voz por Barcelona de que los hermanos Badia habían muerto en un atentado y un numeroso grupo de personas acudió al dispensario, entre las que se encontraban el conseller Ventura Gassol y el alcalde Carles Pi i Sunyer. Aquel asesinato provocó un rechazo unánime, una adhesión que no habían concitado los Badia en vida. Los primeros en lamentar aquella muerte fueron las bases de Estat Català, el partido del president Macià, muerto tres años antes, que acusaron a la Generalitat de no haber protegido al “patriota” Miquel Badia, cuando “todos sabíamos que estaba amenazado de muerte”.


Miquel Badia i Capell (Torregrossa, 1906) formaba parte de aquella masa de jóvenes que llegaban a Barcelona llamados por las posibilidades de trabajo en oficinas. La figura del oficinista fue en aquellos años de la posguerra mundial un potente reclamo para los habitantes de las zonas más pobres de Catalunya. Josep Badia, el hermano mayor, había emigrado a Barcelona desde el Urgell en 1919 y, poco a poco, se fue introduciendo en el comercio de vinos. Miquel llegó a la capital catalana en 1922 siguiendo a su hermano para compaginar los estudios de Náutica (quería ser marino mercante) con el trabajo en una farmacia de la Riera de Sant Miquel. Después llegarían sus padres y sus hermanas, Agneta y Montserrat.

Los hermanos Josep y Miquel contactaron con el separatismo a través del atletismo, el excursionismo y la natación. En los círculos frecuentados por los Badia se soñaba con el Exèrcit Català, se admiraba a los voluntarios catalanes que habían ido a luchar al frente en la Primera Guerra Mundial y estaban deslumbrados por el caso irlandés. Era aquel primer separatismo catalán que hacía frente al emergente ultranacionalismo español. El historiador Enric Ucelay da Cal ha profundizado en la competencia entre los dos grupos. Unos por defender la expansión de la Administración estatal como tal, y por tanto en castellano. Otros por la Administración catalana y, por tanto, en catalán, para cubrir el déficit de servicios públicos que era cada día más patente en la sociedad catalana.

Dirigidos por los Xalabarder, Cardona y Pagès, estos grupos separatistas con ansias militares ensayaron la instrucción en Collserola, en el Montseny y en el Pirineo, a través de la Societat d’Estudis Militars. En unas memorias inéditas que escribió Miquel Badia durante su exilio de Colombia, tras el Sis d’Octubre de 1934 y a las que hemos accedido gracias a Jaume Ros i Serra, autor de Miquel Badia, un defensor oblidat de Catalunya, recuerda que “fou després d’un míting del CADCI on per primera vegada vaig sentir parlar l’Avi (Macià), que jo m’allistava als escamots d’Estat Català. Macià, amb la seva figura esprimatxada i cavalleresca, amb els seus gestos de convençut (...) amb aquells ulls d’idealista il·luminat que t’esguardaven de fit a fit i et comunicaven la seva fe i l’amor a l’Ideal (Catalunya), em desvetllà de tal manera l’esperit que aquella mateixa tarda firmava la meva fitxa de soldat de Catalunya, en un principal del carrer Sant Honorat”.

Pero Badia no tuvo suficiente con jugar a soldados y, con apenas 19 años, integrado en la Bandera Negra de Compte, Perelló y Cardona, participó en el subterráneo del Petit Versalles, de la plaza Universitat, en la preparación del frustrado atentado contra Alfonso XIII, en mayo de 1925. Había preparada una potente bomba que debía explosionar al paso del tren real en un túnel del Garraf. Escribe Badia en esas memorias citadas que “no és una invenció de la policia espanyola com moltes vegades s’ha dit. L’atemptat de Garraf fou planejat per uns joves idealistes que pretenien, amb aquest acte, deslliurar i venjar la seva Pàtria”. Hubo una delación que provocó la caída del grupo y Miquel Badia fue condenado a 12 años en 1926 y cumplió la pena en varias prisiones, entre ellas Alcalá de Henares y Ocaña, con varios intentos de evasión. En abril de 1930 salió amnistiado y formó la guardia personal de Macià.

Miquel Badia no era, pues, un desconocido, cuando en 1931 organiza por orden de Macià los célebres “escamots” de las Joventuts d’Esquerra Republicana i d’Estat Català (JEREC) para defender las instituciones catalanas y que tanto darían que hablar. Su papel de jefe de los “escamots” será la causa de no pocos de los odios que concitará.

Jaume Ros i Serra explica en su citada biografía de Miquel Badia (Mediterrània, 1996) que el presidente Macià, al tomar posesión del gobierno catalán, encarga la organización de su defensa a Jaume Comte, el principal condenado por el Garraf y fundador del Partit Català Proletari. Éste, que había coincidido con Badia en varias cárceles e intentos de evasión, contestó al presidente que él no era la persona indicada. “L’home més valent, el de més collons, ja el teniu a la vostra escorta: Miquel Badia.” De ahí que en círculos catalanistas se conociera a Badia como el “capità Collons”, que a él le disgustaba mucho.

En la fiebre por buscar un contingente dispuesto a defender las nuevas instituciones catalanas, se creó en un primer momento una fuerza de choque con las milicias de Estat Català, bautizada como “Guardia Cívica Republicana”. Pero moderados d’Esquerra, como Lluhí Vallescà, o de Acció Catalana, convencieron a Macià de que era un grave error y que había que solicitar el traspaso de los servicios de policía. Macià les hizo caso, pero pidió a Badia que inculcase a los jóvenes el espíritu premilitar de aquellos grupos que creó en 1922, y que les introdujese en deportes más duros como el boxeo, la lucha y la gimnasia: los “escamots”.

Su presencia en aquella Barcelona republicana se hizo pronto evidente, porque chocaron inmediatamente con los anarcosindicalistas de la FAI que habían desplazado a los sindicalistas de los órganos de decisión de la CNT. Aquellos “escamots” fueron utilizados para romper huelgas, especialmente de los transportes. Jaume Ros compara en su obra a Badia con García Oliver, dos catalanes emigrados a Barcelona, uno de Lleida, otro de Reus, frente a frente, uno en los “escamots”, el otro en la FAI, ambos pasados por las cárceles por haber atentado contra el Rey, uno en Garraf y el otro en París. Escribe Ros que Badia se presentó en una ocasión en el bar La Tranquilidad, donde acostumbraban a reunirse los de la FAI retando chulescamente a los presentes diciendo: “Soy Miquel Badia y me han dicho que alguien de aquí me busca”.

Pero no fue solamente con la FAI con quien los “escamots” de Badia tuvieron problemas. También fueron objeto de persecución los rivales políticos, como el grupo L’Opinió de ERC, a los que reventaron algún mitin. También fue muy polémico el desfile del 22 de marzo de 1933, presidido por Macià en el estadio de Montjuïc, de unos 8.000 “escamots” uniformados con camisas verdes e insignias en el pecho. Aquel acto provocó la reacción airada en el Parlament donde se acusó al conseller Dencàs i a Badia de haber organizado un acto “de tipus francament feixístic amb els nostres aprenents de nazi”.

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